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FUI LEPROSO

Yo soy uno de los diez leprosos que salieron al encuentro con Jesús por los confines de Samaria y Galilea.

La sociedad de aquellos tiempos tenía muchos prejuicios acerca de las personas que sufrían de lepra. Esta enfermedad en la piel era considerada peor que una maldición y éramos vistos como la escoria de la sociedad, fuimos expulsados de las ciudades y de los pueblos de la región.

Iba caminando junto a otros nueve leprosos por los confines de Samaria y Galilea, cuando de pronto divisamos al Mesías, nos detuvimos a cierta distancia de Él, debido a nuestras condiciones, y comenzamos a gritarle: “Jesús, Maestro ten compasión de nosotros.” Y Jesús nos respondió de vuelta: “Vayan y preséntense a los sacerdotes”. Retomé el camino con mis nueve compañeros y me percaté de que estaba sano, ya no había llagas sobre mi cuerpo, ¡y tampoco en el de los otros nueve! Así que al instante me devolví para alabar al Señor, mi Dios, en voz muy alta y me tiré a sus pies con la cara en el suelo, en señal de agradecimiento por haberme sanado del sufrimiento y dolor que causaban las llegas sobre mi piel. Fui el único del grupo diez leprosos curados por el Señor que se devolvió para agradecerle. Jesús me cuestionó, me dijo: “¿No han sido sanados los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Así que ninguno se volvió para glorificar a Dios fuera de ti?” Seguidamente me miró y dijo: “Párate, tu fe te ha salvado.” Me levanté del suelo y seguí caminando sin poder creerlo, ¡El Mesías me había salvado!

Desde ese día mi vida cambió en un cien por ciento, dio un cambio de trescientos sesenta grados. Era bienvenido a los pueblos y ciudades, ya no padecía dolor en el cuerpo debido a las llagas, era capaz de construir una familia y ser el sostén de ella, todo gracias al Señor y su inmensa misericordia. ¡Alabado sea el Mesías!

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