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PEDRO

 

Fui Apóstol de Jesucristo y el primer jefe de su Iglesia. Fui un pescador del mar de Galilea, hasta que deje mi casa de Cafarnaum para unirme a los discípulos de Jesús en los primeros momentos de su predicación; junto a mí se unieron a Jesús otros pescadores de la localidad, como mi propio hermano Andrés y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, todos los cuales formaron parte del núcleo originario de los doce apóstoles.

Yo carecía de estudios, pero pronto se me distinguí entre los discípulos por mi fuerte personalidad y mi cercanía al maestro, erigiéndome frecuentemente en portavoz del grupo. Mi sobrenombre de Pedro se lo puso Jesús al señalarme como la piedra sobre la que habría de edificar su Iglesia.

Yo negué tres veces conocer a Jesús la noche en que éste fue arrestado, cumpliendo una profecía que me había hecho el maestro; pero me arrepentí de aquella negación, mi fe no volvió a irse y, después de la crucifixión de Jesús, me dediqué a propagar sus enseñanzas.

Después de la crucifixión de Jesús, yo me convertí en el líder indiscutido de la diminuta comunidad de los primeros creyentes cristianos de Palestina por espacio de quince años, dirigía las oraciones, respondía a las acusaciones de herejía lanzadas por los rabinos ortodoxos y admitía a los nuevos adeptos.

Años más tarde fui encarcelado por orden del rey Herodes Agripa, pero conseguí escapar y abandoné Jerusalén, me dediqué a propagar la nueva religión por Siria, Asia Menor y Grecia. En esa época, probablemente, mi liderazgo fue menos evidente, disputándome la primacía entre los cristianos, y otros apóstoles, como Pablo o Santiago.

En los últimos años de mi vida me trasladé a Roma, allí fui detenido durante las persecuciones de Nerón contra los cristianos, y morí crucificado. Mi tumba se  sitúa  en la colina del Vaticano, lugar en donde el emperador Constantino hizo levantar en el siglo IV la basílica de San Pedro y San Pablo.

 

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