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PARALÍTICO

 

Todos los días despertaba y me hallaba reposando en mi camilla, mirando la misma pared blanca de siempre, sin la más remota capacidad de mover un solo dedo de mis manos, sin poder controlar mi propio cuerpo, levantarme y caminar como los demás.

 Ese era yo, un paralítico nacido en Cafarnaúm, mi vida siempre fue escaza de eventos, como ya he comentado no podía moverme, todo el día era lo mismo, despertar, reposar y dormir. Me gustaba imaginar que esta no era la única forma de vivir, debía haber algo más.

Algunos días los podía pasar imaginando como se sentiría tener la capacidad de desarrollar actividades diarias sin la ayuda de los demás, como sería agarrar con mis propias manos los cubiertos y llevarlos a mis boca, estirarme después de despertar, abrazar a las personas, caminar... Había días en los que estos pensamientos de verdad que no me dejaban en paz pero había otros días en los que me acordaba que tenía que controlarme, ya que estos pensamientos no eran sanos para mí, si les daba mucho seguimiento iba a terminar desesperado y loco. Aunque algunos días era agradable soñar, otros días tenía que auto controlarme.

En mi vida puedo decir que solo tuve cuatro amigos, cuatro personas con las que voy a estar eternamente agradecido por su apoyo, siempre tendré recuerdos gratos de ellos visitándome y contándome historias de sus vidas, en especial Simón, el siempre tenía algo nuevo que decirme y se metía en muchos problemas cuando estábamos chicos, pero eran tan emocionantes que  me dejaban anhelando que algún día yo pudiera formar parte de sus aventuras o que pudiera crear unas. Mis otros amigos, Tomas, Daniel  y Omar también me llenaban de historias pero nunca eran tan emocionantes como las de Simón.

Me acuerdo claramente como si no hubiése sido años atrás, el día en el que todos mis sueños, anhelos y deseos dejaron de ser parte de mi imaginación y se volvieron una realidad: Era muy temprano  cuando estas cuatro personas vinieron a visitarme, estos cuatro grandes amigos. Me decían que el hijo de Dios había llegado a Cafarnaúm y que las multitudes se habían reunido en una casa y que Jesús, EL MISMÍSIMO JESUS estaba perdonando los pecados de los hombres y haciendo milagros. Mis amigos muy entusiasmados me dijeron que iban a llevarme dónde Él, juntos me alzaron y cada uno agarró un extremo de mi camilla y empezaron su rumbo hacía Jesús.

Al llegar al lugar prometido, nos encontramos con una cantidad inmensa de personas, todas desesperadas para llegar a su encuentro con Jesús, pensamos que nunca íbamos a llegar pero mis amigos no estaban dispuestos a rendirse, me cargaron a través de la multitud y paso a paso me fui acercando a Jesús. Cuando Me pusieron frente a Él, se acercó a mí y toda la multitud se detuvó por un momento, todos los ojos estaban concentrados en mí. Cerré mis ojos y no pude sentir nada más que una profunda serenidad, supe en ese momento, que estando ahí frente a Él nada malo podía pasar y nada malo pasaría. Recordé lo enojado que estuve en una ocasión muy lejana, con Dios. Es obvio que ser paralítico no es precisamente una bendición, estaba muy enfadado con el Señor, y me preguntaba a diario ¿por qué había sido condenado con está situacion?, pero estando frente Jesús, todo en mi interior cambió; ya no estaba  trsite, ya no estaba enojado o angustiado, lo único que queria era bañarme en su amor, tan sincero y abierto: Jesús (y su Padre) me amaban y aceptaban tal y como era, con todas mis imperfecciones, incluso cuando yo le consideraba injusto, el siguió creyendo en mi, como en muchas ocasiones yo no pude.

Intenté expresarme pero las palabras no eran las correctas, antes de que yo pudiése pronunciar mis disculpas, Jesus simplemete me dijo: “Levántate y anda”; yo abrí mis ojos y le obedecí.

No es necesario añadir, que despues de aquel distante recuerdo, nada fue lo mismo, y todo fue gracias al Mesías.

 

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