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CRUCIFÍCALO

 

Mi nombre es Isabel, tengo 24 años, vivo en Jerusalén, judía y me dedico a los quehaceres de mi hogar. Siendo judía, formo parte del pueblo escogido por Dios, y desde pequeña me han enseñado a respetar y ser temerosa de Dios, a practicar el ayuno, y el habito de la oración, asimismo a esperar la llegada del mesías, enviado por Dios que ha de descender de los cielos para salvarnos del mal y el pecado.

 

Estaba yo aquella tarde en la casa de una señora que me había pedido coserle unas túnicas y al salir del lugar, me encontré a todos sorprendidos y murmurando acerca de un tal “Jesús de Nazaret” que aseguraba ser el mesías, el hijo de Dios. Está loco, fue lo primero que pensé. ¿A quién se le ocurriría inventar semejante atrocidad? Sea como sea, él era judío y era consciente de sus actos y sus palabras y sabía que eso le iba a traer problemas. Ahí entre tanto revuelo, me contaron que su madre no está casada con su pareja, un hombre llamado José que se dedica a la carpintería, y para colmo, aseguraba que había concebido al Jesús aún sin conocer varón, lo cual me pareció más absurdo todavía.

 

Pero todo no acaba aquí, el Jesús ese andaba de pueblo en pueblo predicando falsos evangelios, supuestos mensajes que según él, Dios le enviaba para que lo transmitiera a todas las personas. 12 hombres andaban detrás de él y hacían lo que él les ordenaba y se hacían llamar sus discípulos. La verdad, me impresiona como este hombre puede inventar tantas cosas para hacer que estos hombres crean en sus mentiras. Entre las personas se decía que utilizaba la magia negra para realizar curaciones y exorcismos y hacía creerle a las personas que todo aquel espectáculo era un “milagro”.

 

Y ahí estaba yo nuevamente, rodeada de una multitud de personas que al igual que yo, estaban convencidos de que debían sentenciar a ese mentiroso. Era el día de Pascua, y como costumbre judía, se liberaba a algún preso. Tan pronto Poncio Pilatos preguntó a quién debíamos liberar, todos gritaban a una sola voz: ¡liberen a Barrabás!. Le preguntaron a Jesús frente a todos nosotros que si él era Cristo, el mesías hijo de Dios, y aún así sin vergüenza alguna se atrevió a responder que sí. Esa fue la gota que derramó el vaso, los ánimos se caldearon y yo comencé a gritar “Crucifíquenlo, crucifíquenlo, no merece vivir” y varias personas se unieron a mí y empezaron a gritar conmigo. Blasfemo, impostor, mentiroso, falso profeta, no  existen palabras para describir lo que es él.

 

Honestamente, él merecía morir. Alguien que no tiene respeto por su religión y se atreve a llamarse a sí mismo “hijo de Dios”, engañando a todos con sus frasecitas rebuscadas, y sus supuestos milagros no merece estar entre nosotros los judíos que esperamos el día en que Dios decida enviar al único y verdadero mesías que ha de venir para concedernos el perdón de nuestros pecados. 

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